Nada es tal y como se nos aparece, que no vemos la
realidad tal como es. Lo
que vemos ahí a fuera depende de la mente, de sus estados.
Tanto
el apego como el odio son vacíos en sí mismos porque al mirarlos directamente,
al investigarlos o hacernos íntimos con ellos no los encontramos. Al igual que no encontramos el cuerpo, la mente o
el yo, cuando miramos hacia nuestro odio
tampoco lo encontramos, se desvanece
como un fantasma.
Mirar
el enfado hasta sus últimas consecuencias, hace que la ilusión que es se revele
y desaparezca en la vacuidad que se ha creado.
Es como un arco-iris, cuando nos acercamos desaparece y únicamente
encontramos su vacuidad.
El
problema es que creemos en la solidez de nuestras perturbaciones mentales.
Tenemos
que aprender a ver claramente que la felicidad o el sufrimiento solo pueden
venir de la mente.
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